Ana, quisiera ser lluvia para poder mojar tu vida. Para poder humedecer tus cabellos llameantes, que se escapan desde tu cabeza hacia los hombros en un bucle flamígero infinito. 
Me gustaría poder ser la lluvia que resbale por tu dulce rostro acaramelado, y acariciar con mis proyectiles acuosos la vergüenza de las pecas de tu piel de porcelana. Como quisiera poder ser las nubes para poder convertirme en niebla y volar a través de tu cuerpo casi transparente. 
Poder convertirme en lluvia para recorrer todo tu cuerpo con mi poder celeste, explorar cada rincón de ti. Poder surcar mis sueños contigo de la mano, y viajar hasta ese temeroso flequillo  que conecta en una sinuosa perfección etérea con el de debajo de tus labios de algodón.
Ana, quisiera ser el sol para bañar tu cuerpo con mis rayos luminosos. Poder brillar más que tu sonrisa perfecta. Poder ser el astro rey para observarte desde arriba, poder ver tu pelo carmesí ondeando en el viento, como una bandera que llama a la gloria después de la batalla que se libra dentro de tus pensamientos, Ana.
Conseguir dar calor a mi pobre personalidad que trata de aflorar con algo de autoestima perdida por la desdichada falta de juicio de un ayer bochornoso, observando tu piel, cálida, Ana.
Quisiera materializarme en esas gotas de rocío que tapan con su manto intercalado la hierba del césped donde poses tu cuerpo, y poder acariciar cada rincón de tu ser con las briznas que eleve cuando consiga ser brisa. 
Convertirme en arena de playa, para poder sentir cómo te hundes en mi cuando caminas por mi alma desnuda, mojada por las olas de un pasado que quiso volver a sentirse parte del mar.
Déjame amarte, Ana.
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